lunes, 25 de octubre de 2010

Insert Coin

Es necesario odiar a alguien. Odiar fervientemente a alguien, y ese alguien no puede ser la vida. es necesario cambiar la vida. Destruir el pasado. Quemar todos los libros que apestaron el alma del hombre... Roberto Arlt.


Abres los ojos... tus párpados entelarañados por el desuso... la boca llena de muerte te molesta, rascas tu cabello y te recuestas en tus fugaces sueños (proceso que dura entre quince y veinte minutos mas). Luego del azaroso momento, pones en funcionamiento tu pierna derecha (por religiosidad absurda o configuración geográfica), y te alejas torpemente de la supuesta libertad asombrosa de la noche.
¿Por qué he de encontrarme por primera vez en este estado lamentable?, ¿por qué comenzar así el día?, despeinado, abofeteado, ojeroso, y tantas otras (que si estaría lúcido) podría decir. Incluso en un desliz inconcluso comienzas a cuestionar el verdadero objetivo del espejo.
Pones la pava al mínimo, bostezas y te bañas para descontaminarte de tanto "yo". El desayuno se compone de mate con yerba baja en calorías, esas horribles galletas bajas en calorías, acompañadas de esa mediocre mermelada sin gusto a frutilla... baja en calorías. Prendes tu primer cigarrillo, miras los presagios del día en la televisión, y comienzas a vestirte para alejar tu piel del mundo.
Tratas de tomar tu colectivo, te metes como se pueda en el rectángulo necesario de ruedas, todo resulta tan pequeño y encima te obligan a pagar... suerte amigo. Llegas al trabajo justo antes de perder un racimo de tu estúpido sueldo, y por primera vez en el día te das cuenta que respiras. Te sientas en la misma silla de todos los días, con el mismo escritorio de todos los días, alrededor de la misma gente de todos los días, la misma computadora, el mismo guardalapiceras, la misma angustia.
Usas la hora de almorzar para fumar hasta el hartazgo, y quizás dependiendo del día y el ánimo, ingieres algún alimento (obviamente que el café que tomas hasta el hartazgo no está considerado como tal).
Son casi las seis y saludas casi amablemente a tus compañeros, creyendo (inútilmente o no), que aquí comienzas a vivir el día. En la calle te espera la locura eterna de la urbe, los taxis, los semáforos, las sirenas de las ambulancias, los rostros cansados, la angustia. Tal vez cruces una pareja de secundarios enamorados (que te recuerde a tus épocas de anhelos) que te robe una sonrisa, pero eso haría de tu día uno maravilloso, hoy no.
Vuelves a casa a esconderte en la incomodidad del sillón y prendes la bendita televisión para tratar que la noche se aproxime lo antes posible. Miras la guitarra enfundada en la pared, vestida de polvo, y te molestas por no haber visto ninguna pareja de secundarios en el camino.
Comida rápida, vino tinto, el infalible pedazo de pan, y la realidad "tinellezca" de postre es el menú nocturno (menú que desecha el esfuerzo que hiciste en el desayuno). La botella queda vacía en la soledad de la mesa mientras el noticiero cuenta las mismas noticias que en la mañana, con diferentes apellidos.
El día lentamente va llegando a su fin, sonríes pero esa misma mueca se vuelve débil y fugaz al recordar que mañana comienza de nuevo... Game over.